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Historia del presente arrow La(s) vida(s) de Santiago Carrillo. Historia del presente 24.

La(s) vida(s) de Santiago Carrillo. Historia del presente 24.

Autor: ( VV.AA )

Precio: 15,00 €
ISBN: 1579-8135
Nº Páginas: 210
Dimensiones: 20 x 25
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La(s) vida(s) de Santiago Carrillo. Historia del presente 24.

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Cuando Stalin murió en marzo de 1953, el PCF encargó a Picasso un retrato para la portada del número conmemorativo de L´Humanité. El pintor, militante comunista, pretendió inspirarse en la imagen del líder soviético popularizada por el novelista Henri Barbusse: cabeza de sabio, rostro de obrero, uniforme de soldado. Pero el dibujo, ajeno al canon ortodoxo del realismo socialista, disgustó a muchos y Picasso fue objeto de acres críticas que sorteó sentenciando: «Algún día lo que me reprocharán es que haya retratado a Stalin».1

Los accidentes de la fisonomía real pocas veces complacen a quienes admiran o detestan a los ídolos. El trabajo del historiador no consiste en maquillar al modelo, sino en situarlo en su contexto. Exponerlo a la crítica de las fuentes. Revelar su historicidad. Santiago Carrillo, como ha señalado Ricard Vinyes, para la generación de los años 30, protagonizó la «parte densa» del siglo XX.2 Otros contemporáneos se quedaron en mitos de la Guerra Civil, en referentes del exilio o en iconos de la lucha antifranquista. Carrillo transitó en activo todas estas etapas del corto siglo XX español. Por ello, su huella es más profunda, y su valoración, controvertida.3

Estudiar las relaciones entre un personaje, un sujeto colectivo y una época plantea el problema del ángulo de enfoque. Optar por el biográfico supone secuenciar los varios Carrillos que hubo en la vida de Santiago Carrillo: el joven aprendiz socialista, el catecúmeno en guerra, el hombre en la sombra del primer exilio, el estalinista de puño de hierro de los años 40 y 50, el impulsor del giro copernicano de los 60, el jugador frustrado de la Transición y el tótem cuasi senatorial de sus últimos tiempos. 

Santiago Carrillo nació con la generación deslumbrada por el Octubre soviético: una juventud radicalizada que irrumpió en la modernidad en medio de la depresión económica y el ascenso del fascismo. Aquella generación se vio abocada a ejercitar su músculo en el contexto de una guerra civil, en la que Carrillo –y no exclusivamente– protagonizó episodios de luces y sombras: la construcción del mayor movimiento juvenil de Europa occidental, la Juventud Socialista Unificada (JSU), o los hechos que ejemplifican la brutalidad de la confrontación política en los años 30, la represión de retaguardia. Carrillo no rehusó usufructuar en un principio la fama derivada de ambos logros en beneficio de su ascenso en la jerarquía del partido. El resto de su vida, en sus distintas reelaboraciones autobiográficas, se atuvo a los hechos luminosos y negó de distintas formas su cuota de responsabilidad en los oscuros, probablemente sin convencerse siquiera a sí mismo. 

En los años 40 y 50, Carrillo fue un aventajado estalinista. Pocos comunistas de aquella generación fascinada por la imagen de la bandera roja flameando sobre el Reichstag no lo fueron. Eminentes teóricos del policentrismo, como Togliatti, veneraron entonces a Stalin y corearon los procesos de Moscú. Carrillo, más que la vieja guardia –Ibárruri, Uribe, Mije– fue el responsable de la estalinización del PCE. Fue el encargado de ajustar el partido al modelo de statu quo definido en las conferencias interaliadas y de procurar un nivel de incidencia en el interior de España que impidiera que los comunistas fueran preteridos en el diseño de una futura salida a la dictadura. Con la colaboración de su amigo Fernando Claudín, posteriormente absuelto por la Historia, Carrillo aherrojó la organización del partido de manera implacable. 

Con un partido galvanizado en torno a un núcleo de cuadros curtidos en la lucha armada y en la clandestinidad, contrapesado por un franco desconocimiento de la realidad española, los análisis acerca del inminente desplome de la dictadura condujeron a la comisión de errores de bulto. En su haber debe contar, sin embargo, la perspicacia para abrir el debate sobre la reconciliación nacional, para captar el potencial de iniciativas autónomas como las que alumbraron las CCOO, o para imprimir dirección a los frentes de masas –estudiantil, cultural y vecinal– que más contribuyeron a erosionar al Régimen. Fue también por entonces, con un anquilosado bloque socialista fragmentado por el cisma chinosoviético y cuestionado por los movimientos sociales emergentes, cuando Carrillo jugó la carta de la independencia de Moscú, aunque nunca dejó de gobernar la organización con un criterio de verticalidad autoritaria. 

Carrillo logró articular el principal partido de oposición a la dictadura y, con ello, sostener la esperanza de que el franquismo no fuera más que un trágico y turbio paréntesis en la lucha del pueblo español por la libertad. Pero, llegada la democracia, fue sacrificando pedazos de su identidad y refrenando su ímpetu, creyendo obtener así el peso específico en la gobernabilidad del país que las urnas y el modelo bipartidista le negaron sistemáticamente. Su carisma, valorado entonces por sus adversarios, no impidió que su liderazgo fuera cuestionado por unas bases cuyo desarme ideológico fue metabolizado como un rosario de concesiones sin otra contrapartida aparente que el esculpido del rostro del secretario general en el imaginario monte Rushmore de la Transición española. 

El legado para la politología fue un estilo de dirección propio, lo que sus adversarios denominaron carrillismo, mezcla a partes variables de personalismo, burocratismo, desdén teorizante, grandilocuencia táctica y una asombrosa capacidad para atribuirse las ideas de los adversarios purgados. Agotado su tiempo, quien en su momento había acometido una renovación profunda de la dirección del partido para adaptarlo a la nueva realidad española no supo aceptar su propio relevo, dejando tras su forzada salida un paisaje de escombros. Se cerraba así una biografía acotada entre dos octubres, el de 1917 y el de 1989, que jalonaron el ciclo vital del comunismo en el siglo XX.

Fernando Hernández Sánchez

NOTAS

1El affaire sobre el retrato de Stalin por Picasso en Les Lettres Françaises del 5/5/1953 en UTLEY, Gertje R., Picasso: The Communist Years, New Haven and London, Yale University Press, 2000.

2VINYES, Ricard, El soldat de Pandora. Una biografia del segle XX, Barcelona, Proa, 1998.

3La última aproximación polémica al personaje ha sido la de PRESTON, Paul, El Zorro Rojo. La vida de Santiago Carrillo, Barcelona, Debate, 2014.

 

EXPEDIENTE

La(s) vida(s) de Santiago Carrillo

Fernando Hernández (Ed.): La(s) vida(s) de Santiago Carrillo. Introducción 

Sandra Souto: Santiago Carrillo, dirigente juvenil 

Fernando Hernández: Mano de hierro en guante de hierro: Santiago Carrillo y la reconstrucción del PCE 

bajo el primer franquismo

Francisco Erice: Santiago Carrillo y el partido del antifranquismo (1955-1975) 

Juan Andrade: Santiago Carrillo en la Transición. Historia y mito del secretario general del PCE 

Sergio Gálvez: La «construcción» de Santiago Carrillo (1983-2012) 

EGOHISTORIA

Abdón Mateos. La Ciencia Política Histórica. Entrevista a Hans Puhle

EL PASADO DEL PRESENTE

César Rina Simón: Tendencias de la historiografía española sobre los iberismos, 1975-2013 

MISCELÁNEA

Alejandro Santos Silva: El papel del Partido del Trabajo de España en la lucha por la autonomía de Andalucía

Josefina Martínez: La exportación del cine español: una apuesta económica del Estado (1941-1985)

Marcial Sánchez Mosquera: La concertación social en Europa occidental ante tres crisis económicas, 1973-2010 

Carlos Sola Ayape:México y el principio de universalidad. En torno al ingreso de España en la ONU en 1955 

Domingo Rodríguez Teijeiro: Carceleros y presos: la (re)construcción de los cuadros del personal de prisiones 

en la España de Franco (1936-1945) 

Prólogo

 

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