El arte infantil goza de una excelente salud en nuestra sociedad contemporánea. Y no sólo porque no ha perdido su espontaneidad primigenia, la frescura que se sigue admirando en sus obras, sus cualidades artísticas, educativas o terapéuticas, sino porque, por importantes que sean estas características, encierra algo aún más decisivo: servir como vía de acceso a la formación de los niños como personas, a su desarrollo intelectual y cognitivo a través de la creación de unos mundos personales, imaginarios, donde recrean y procesan todo
aquello que su mente va asimilando del exterior. La creciente influencia de los medios de comunicación de masas en el entorno infantil ha sido y es especialmente importante en los últimos años.
La publicidad, los soportes de ocio, la sociedad de la información, la cultura de la imagen, en definitiva, hacen cada vez más necesarios el estudio y la reflexión en torno al valor del arte infantil y a su uso como instrumento de aprendizaje.
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