Quien no haya leido La isla del tesoro se encuentra ante uno de los más hermosos descubrimientos que nos ofrece la lectura; una aventura literaria donde se conjugan unos inolvidables personajes, una apasionante historia que cruza una estructura narrativa perfecta, y uno de los mejores y más apasionantes relatos de toda la literatura universal.
Es La isla del tesoro un texto que trasciende, y que nos traslada a mares soñados, a islas imposibles, a piratas, barcos y horizontes marinos; una novela maravillosa y mágica, que se lee y relee con placer, avidez y alegría. Es este libro como un sueño dririgido, pues, seamos sinceros, ¿quién no ha soñado alguna vez con encontrar un mapa que señale esta isla, esta aventura y este tesoro?
Autor
Robert Louis Stevenson. Nació en Edimburgo en 1850, en el seno de una acomodada familia escocesa. Hijo de un ingeniero y descendiente de una estirpe de constructores de faros, se licenció en Derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque jamás ejerció la abogacía.
De constitución débil, desde niño sufría agotadores accesos de tos y terribles pesadillas que le llenaban de espanto. De aquellos terrores nocturnos –fue su niñera la que le inculcó la afición por la lectura, contándole historias mientras permanecía en cama– extrajo la inspiración para muchas de sus obras.
Su popularidad como escritor radica en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen enfrentados el bien y el mal, como si de una alegoría moral se tratara.
Stevenson nos ha regalado una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables, entre los que sobresalen por su genialidad La isla del tesoro y El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Algunos de los personajes salidos de su imaginación han pasado a formar parte de la galería de arquetipos de la literatura universal.
Stevenson acabó sus días en Vailima (su casa samoana), el 3 de diciembre de 1894, a los 44 años, víctima de un ataque de apoplejía. En su tumba, situda en la cima del monte Vaea, figura grabado el nombre que merecidamente le dieron los samoanos:
Tusitala, «el contador de historias».
Leer máas
Para el comprador indeciso
Si los cuentos que narran los marinos,
Hablando de temporales y aventuras, de sus
amores y sus odios,
De barcos, islas, perdidos Robinsones
Y bucaneros y enterrados tesoros,
Y todas las viejas historias, contadas una vez más
De la misma forma que siempre se contaron,
Encantan todavía, como hicieron conmigo,
A los sensatos jóvenes de hoy:
-¿Qué más pedir? Pero si ya no fuera así,
Si tan graves jóvenes hubieran perdido
La maravilla del viejo gusto
Por ir con Kingston o con el valiente Ballantyne,
O con Cooper y atravesar bosques y mares:
Bien. ¡Así sea! Pero que yo pueda
Dormir el sueño eterno con todos mis piratas
Junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños
El autor
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