La vida, como sabemos, viene sin instrucciones para vivirla. El entorno, las imposiciones sociales, las esperanzas truncadas, las relaciones interpersonales… nos conducen, en ocasiones, a transitar por la existencia desorientados, frustrados e infelices.
Epicteto nos ofrece aquí una serie de sabios y clarificadores consejos para ordenar nuestras prioridades, eliminar los impedimentos y problemas, y dibujar una hermosa senda que recorra esto que denominamos vida.
Una auténtica joya del pensamiento estoico en la que, con delicado pero contundente estilo, Epicteto nos proporciona las claves para ser justos, humanos y, sobre todo, felices.
Para concluir, parafrasearemos a Francisco de Quevedo, nuestro insigne escritor, que dedicó a Epicteto estas hermosas palabras:
¡Oh alto blasón de la filosofía, que cuando el César era esclavo y la República cautiva, solo el esclavo era libre! La persona de Epicteto era defectuosa; cojeaba, impedido el paso de una destilación a una pierna. Todas las calamidades de su edad, estado y cuerpo sirvieron de recomendación a su alma: siguió la secta estoica, la enseñó y la practicó, adquiriendo tan encarecida estimación, que, después de muerto, dice Luciano que el candil de barro a cuya luz estudiaba y escribía se vendió en tres mil reales, juzgándolo el comprador bastante a comunicarle la propia doctrina por haberle asistido.
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