Ilustrado por Julio Silva
En el otoño de 1974, mientras los olmos desnudos ofrecían su intimidad a las ágiles manos de una brisa nocturna y la luna ungía con la tibia claridad de su misterio la profundidad de la noche, Nicolás Seyner soñó por primera vez el mar. Jamás había visto el intenso añil de los océanos, ni la arena suave y blanca concebida por el combate inmemorial de la tierra contra el agua. No conocía el mar, pero la espuma de su imaginación salpicó las orillas difusas de la realidad.
Con estas palabras comienza El soñador de naufragios, uno de los relatos incluidos en Crónicas de lo imposible. Por sus páginas desfilan argumentos y personajes inverosímiles sumergidos en una trama cuyo desenlace sorprende y estremece.
Adentrarse en la atmósfera de estas narraciones, de delicada prosa poética, asegura una sugestiva y emocionante experiencia en la que el lector descubrirá unos relatos tiernos y feroces, unas historias profundamente humanas y francamente divertidas.Julio Silva (Argentina, Entre Ríos, 1930), pintor que ilustra Las crónicas de lo imposible, emprende desde muy joven el estudio de las artes plásticas.En 1955, a su llegada a París, comienza una larga amistad con Julio Cortázar con el que colabora en diversos libros: Les discours du Pince-Gueule (1966), La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969).En 1976, Cortázar le dedica las prosas de Silvalandia (publicado en la actualidad en español, francés, italiano, alemán y polaco). En 1970, durante un viaje por Italia, el pintor descubre Carrrara y el mármol, que despierta en él su instinto del volumen. Silva ha realizado dieciocho esculturas monumentales, así como numerosas exposiciones individuales en galerías de Europa, América Latina y Estados Unidos.
En su amigo Saúl Yurkievich halla el universo lúdico de la poesía. De la complicidad de ambos artistas han nacido El huésped perplejo e Intempérie.
Ilustraciones: Julio Silva
William M. Sherzer (Universidad de Brooklyn)
Lo que primero me impresionó de este texto fue la originalidad de estos cuentos. Sí es verdad que recuerdan a otros autores, pero eso en cuanto a tema, y ya hablaré de eso, pero en cuanto a estilo, estos cuentos presentan una impresionante variedad y originalidad, nada fácil hoy en día. Un ejemplo es el cuento “En tránsito”, un gran ejemplo de la perfección en la creación de un cuento, donde un señor explica su existencia en la cual viaja por todo el mundo sin parar, y que termina con una oración final muy filosófica:
El destino es indiferente. Nunca llegaré al final del trayecto, nadie lo conseguirá. Lo único importante es el viaje.
Esa originalidad encuentra como base, en gran parte, una fascinante utilización de la metáfora, por ejemplo como encontramos en el segundo cuento, “El dinosaurio”. Veamos, como explicación de esa técnica, las primeras líneas del cuento:
El dinosaurio, más que conocerse, se imaginaba, y en esa íntima confusión fue olvidando la especie a la que pertenecía cuando el recuerdote su último congénere, de su último semejante, se desdibujó en la memoria como si formase parte de un mal sueño, como si sólo hubiese existido en el reino de lo inventado. El espanto de lo inconcebible se adueñó de su tímida conciencia y el miedo acudió, para latir en su mirada, desde la onda sima de su identidad.
Al final del cuento nos damos cuenta de que lo que empieza como una ficcionalización de la archisabida desaparición de los dinosaurios se aplica metafóricamente al fin de cualquier raza o ser humano. El cuento “La invención del tiempo” es otro ejemplo de la belleza metafórica que se encuentra en este libro. Es casi un poema en prosa. Hay una visión, otra vez metafórica, desde la perspectiva de un hombre inmortal, del paso infinito del tiempo, del control de ese tiempo sobre nosotros y de los horrores de los cuales la inmortalidad es testigo. Contiene quizá la frase más triste y poderosa de toda la colección, que hasta me sorprende en un autor tan joven: “Si la muerte no fuese la solución, hace tiempo que el hombre hubiera sabido evitarla”.
Otro elemento de estos cuentos que yo encuentro sumamente importante es la creación de lo que yo llamo el trabajo del lector, es decir que sin la participación activa del lector no se llega a todo el significado que el texto insinúa detrás de las palabras. “El desierto y el violín”, uno de los cuentos más difíciles, nos sirve como el mejor ejemplo de esta participación activa del lector. En efecto, representa la colección entera en este respecto, porque es la mejor descripción de lo que Lur hace, es decir, crear cuentos cuyo sentido depende del entendimiento e invención del lector. La destrucción del violín, la búsqueda del silencio, el contraste entre la música y el silencio, la soledad del protagonista, son como un enorme rompecabezas que piden la entrada del lector en el cuento para llevarlo a su final. El cuento, al final, es un triste ejemplo de la frustración de un proyecto vital, o quizá aún de toda una vida, y sin ese trabajo del lector claramente reclamado por el autor, el significado puede perderse. Pero Lur entiende esto, y su escritura no permite que el lector se quede pasivamente leyendo sin indagar detrás de las sugerentes palabras.
En cuanto a la semejanza que encuentro con otros autores, que ya mencioné, un ejemplo se encuentra en el cuento “El lector”, una historia de un lector que nunca se marcha de la biblioteca donde lee. Nos trae a la mente uno de los cuentos más significativos del siglo XX, El artista del hambre de Franz Kafka. Me atrevo a sugerir que Lur crea una continuación o vertiente de ese cuento, ya que al contrario del personaje de Kafka, el de Lur tiene un propósito, el de leer y aprender todo lo que hay en los libros de la biblioteca, parecido también al autodidacta de Sartre de Nausea, mientras que el artista del hambre no tiene al final ninguna razón vital para hacer lo que hace.
Otro cuento que me lleva a pensar en posibles fuentes o coincidencias con autores anteriores es “Gerardo Bertolli, creador de sombras”, que me recuerda mucho la novela de Adelbert von Chamisso, Peter Schlemiel, donde Schlemiel vende su sombra, y luego volvemos a lo kafkiano unos cuentos más allá, con “Dos hombres y un espejo”, que casi me parece un duelo entre lo kafkiano y lo Chamissiano, con Kafka saliendo triunfante. Sería sumamente interesante leer una explicación del propio Lur sobre el significado de este cuento en el que la imagen de un hombre sale de un espejo e intenta arrebatarle al protagonista su ser.
Lur me hace pensar en Julio Cortázar también, sobre todo en dos cuentos. El primero es “Cristóbal Peces”, que cuenta la historia de un personaje que está enamorado toda la vida de una sirena y del mar. Al leer el cuento de Lur no puedo menos de pensar en “Las babas del diablo” de Cortázar y tantos otros cuentos del realismo mágico. Y luego su cuento “La bañera” me trae a la mente a Cortázar otra vez, específicamente “La noche boca arriba”. Pero no quiero decir con todo esto que Lur esté copiando un estilo ajeno, aunque también veo semejanzas con otro autor muy de moda últimamente, José Ovejero, sobre todo entre el cuento “Itinerario para desmemoriados” y los libros de cuentos de Ovejero, como Mujeres que viajan solas y China para hipocondríacos. Lo que me impresiona es la capacidad de Lur de llegar a la altura de estos autores consagrados, pareciéndose a ellos a veces, pero siempre manteniendo su particularidad, su originalidad, que es lo más importante para mí.
Y creo que la historia del desarrollo de esa originalidad se encuentra, metafóricamente, en el último cuento, que lleva el título del libro entero, “Crónicas de lo imposible”, donde el narrador, mayor ya, describe lo difícil que es salir de una existencia que pinta como la “crónica de lo imposible” que “se compone principalmente de un complejo juego de espejos, ciclos íntimos y grises repeticiones, que, por más que se intente, resultan incomprensibles”. Sí, sale en un momento, cuando, como nos dice, “la palabra, al fin, se desnudó ante mí”. Pero ese momento culminante se pierde de nuevo, y el narrador, escritor, ¿Lur? pone un triste pero al mismo tiempo esperanzador fin a su cuento y libro, que sirve para conectarlo con todos los jóvenes escritores que espero que seguirán su maravilloso ejemplo:
La edad me ha vencido. No tengo tiempo ya para volver a buscar la solución, la salida. Sólo los que vendrán mañana podrán transitar por el camino que yo he abierto, y empuñar de nuevo la espada, que ahora descansa, rota, a los pies de la palabra.
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