Qué pintan los niños

18,00 

Tenemos de genios lo que conservamos de niños. C. Baudelaire

Manuel HernáNdez Belver
Mnuel Sánchez Mández

 

 
ISBN: 9788495427373
Nº Páginas: -128
Dimensiones: 26 x 23

Descripción

    El arte y la mirada del niño.
    Dos siglos de arte infantil

    Tenemos de genios lo que conservamos de niños.

    C. Baudelaire

    En todas las disciplinas resulta conveniente, de tanto en cuanto, volver la vista atrás y recapacitar sobre su evolución, inquietudes y logros, ya que esta mirada retrospectiva ayuda a identificar objetivos, consolidar propuestas o descubrir nuevas perspectivas. Puede ser oportuno que, en los inicios de un nuevo siglo, hagamos un balance, siquiera somero, sobre la evolución del arte infantil a lo largo de los dos siglos anteriores, aunque sólo sea con el propósito de aglutinar esfuerzos, como trata de ser el presente volumen, para que el futuro de esta disciplina, la educación artística, continúe en la senda que iniciativas como ésta pretenden, y que no es otra que la difusión del conocimiento.

     

    LOS INICIOS DEL ARTE INFANTIL

     

    Las convulsiones de todo tipo que se sucedieron en el siglo XIX, y que afectaron significativamente al mundo artístico, produjeron también una nueva mirada sobre temas a los que apenas se había prestado alguna atención con anterioridad. A medida que fueron cambiando las concepciones sociales sobre la infancia, fueron, también, modificándose las normas sociales a partir de las cuales se consideraron los comportamientos infantiles y la valoración que se hacía de éstos. Como es sabido, la ciencia no es ajena a estos procesos y a sus efectos, y así, el enfoque con el que abordó el tema de la infancia a partir de un determinado momento, respondía a las concepciones sociales que le eran características en ese periodo histórico. Y a su vez, la ciencia y sus elaborados productos teóricos contribuyeron notablemente al cambio de aquellas concepciones sociales. Cuando la Psicología, la Pedagogía y otras disciplinas comenzaron a desarrollar investigaciones sobre la evolución del comportamiento infantil, su interés respondía a nuevas concepciones sociales de la infancia y de los niños. A la vez, y como consecuencia de ello, las producciones de estos campos del conocimiento contribuyeron, de manera decisiva, a modificar la imagen que de los niños se tenía en todos los ámbitos sociales: familiar, educativo, jurídico… No es de extrañar que el interés por los dibujos infantiles respondiese, en su origen, no tanto a sus características expresivas o estéticas como a profundas concepciones acerca de la naturaleza de la infancia y a los distintos modelos de su desarrollo psicológico y emocional. Se pasó, así, de la mera inexistencia de la idea de infancia como tal, en los siglos anteriores, hasta la cristalización del concepto de infancia como un estado diferente de existencia, con su cambio correspondiente en las actitudes hacia la misma, al que van a contribuir obras como las de Rousseau o Darwin. Desde esta perspectiva, la atención prestada a los dibujos infantiles siguió una evolución coincidente con el desarrollo de las ciencias del comportamiento, que tomaron a la infancia directamente como objeto de estudio, esto es, la Psicología y la Pedagogía.

    Las primeras publicaciones sobre dibujo infantil comenzaron a aparecer a finales del siglo XIX, y las investigaciones en torno a este campo se prolongaron a lo largo del siglo XX. Continuaron en franco crecimiento hasta su segunda mitad, momento en el que decrece en parte el interés por estos estudios, para estabilizarse finalmente e incluso tomar nuevo impulso.

    Coincidiendo con varias corrientes preocupadas por la educación y el mundo de la infancia, en Centroeuropa se comenzaron a crear asociaciones encaminadas a la formación estética de los niños, se organizaron exposiciones, se publicaron manuales de formación artística, revistas, se convocaron congresos…, con lo que el movimiento en torno al arte infantil se extendió pronto a los demás países europeos y Estados Unidos. A finales del siglo XIX vieron la luz publicaciones específicas, entre las que cabe resaltar los artículos de E. Cooke, en diciembre de 1885 y enero de 1886, a los que siguieron numerosas obras, antes de 1900, de los siguientes autores: Corrado Ricci en Italia, Bernard Pérez en Francia, James Sully en Inglaterra, Carl Gotze y E. Grosse en Alemania o D. D. Brown en Estados Unidos.

    Fue en Italia donde apareció la que puede ser considerada como la pionera entre ellas, L’arte dei bambini, de Corrado Ricci, en 1887, y con ella arrancó la polémica sobre si merecían la consideración de arte, o no, este tipo de creaciones plásticas, polémica que, por cierto, aún no ha cesado. Ricci no era, sin embargo, pedagogo ni educador, sino que sus competencias e intereses pertenecían más bien al campo de la historia del arte y la arqueología, 1 pero este autor reveló una gran capacidad para explorar e investigar la cultura infantil, a pesar de que su estudio concluía con la negación de conocimiento artístico por parte de los niños. Su mérito, no obstante, consistió en haber reconocido, por primera vez en la historia, que el dibujo infantil posee un encanto especial y que, gracias a él, se encuentra muy próximo a la expresión artística. Afirmaba Ricci que el niño no representa nunca aquello que ve, sino lo que sabe y recuerda, y no simplemente lo que conoce; pero, sobre todo y fundamentalmente, lo que más le impacta, le interesa y le motiva. Para este autor, la representación gráfica infantil no constituye un problema de orden óptico, sino una cuestión mental, emotiva. De esta manera, el dibujo infantil se encontraría ya en el arte de los pueblos primitivos. Constata también cómo la atención de los niños se centra siempre en particularidades, en los detalles y en la impresión momentánea, así como en el respeto a la belleza que profesan, lo que motivaría, según él, la exigencia y la necesidad de una formación estética durante la infancia. 2 Gracias a él, y a otros educadores y pedagogos, como Lombardo Radice, se registrará un gran avance en esta época en la investigación sobre el dibujo infantil. Pero ya en estos primeros años las teorías sobre el arte infantil se pueden dividir en dos grupos: las procedentes de los psicólogos, más interesados en la psicología del desarrollo del niño a partir del estudio de los dibujos, y las de artistas y teóricos de la estética, que, lógicamente, estaban más preocupados por el estudio del niño y su arte como tal. Esta segunda corriente allanó el camino a las aplicaciones pedagógicas en el campo de la educación artística.

    Entre los primeros, cabe destacar los trabajos de Bernard Pérez, L‘art et la poésie chez l’enfant, publicado en 1888, y el de James Sully, Studies of Childhood, editado en 1896, que describen la manera cómo los niños desarrollan la figura en sus dibujos, con el método de la observación. Pérez va a efectuar en sus estudios una descripción minuciosa de las formas primordiales de figuración, perspectiva, composición y color, poniendo de relieve la arbitrariedad de la perspectiva infantil y una especie de realismo ingenuo, en el que no existe la opacidad de los cuerpos, aspectos en los que coincide con Ricci. 3 James Sully, que fue uno de los primeros en referirse al niño comoartista, caracterizaba los garabatos de los niños de 2 y 3 años como una especie de juego imitativo; en su opinión, los niños podían creer que estaban dibujando algo cuando hacían sus garabatos. También destacó las analogías entre los dibujos infantiles y el simbolismo del lenguaje, en el sentido de que las representaciones eran escogidas arbitrariamente, más como símbolos que como reproducción fiel de la realidad.
    Sully distinguió tres etapas, basadas en criterios plásticos: garabato informe como juego, dibujo rudimentario de figura humana con cara redonda y estadio evolucionado y adquisición de una técnica que se diferenciaban de las establecidas por otros autores, como H. Lukens, que, por ese entonces, también definió cuatro etapas, pero basadas en criterios de desarrollo emotivo: el niño se interesa por el resultado de su ademán, se interesa por el resultado de su dibujo, aparece el sentido crítico, descubre su propia insuficiencia figurativa y consigue valores expresivos autónomos.

    Entre los representantes de la segunda tendencia, aparte del mencionado Ricci, encontramos ya referencias en la obra de artistas y teóricos, como Ruskin, que alude brevemente al arte de los niños en su obra The Ele ments of Drawing (1891), pero reconoce que éstos deben trabajar libremente, pues disfrutan y se motivan más de esta manera, que si se les comienza a enseñar demasiado pronto.
    Sin embargo, aún podemos remontarnos más en el tiempo para localizar el primer tratado sobre las cualidades estéticas del arte infantil, escrito por el artista y educador suizo, R. Töpffer, quien escribió numerosos ensayos sobre arte y estética que fueron publicados en los periódicos suizos entre 1827 y 1843. Estos ensayos, entre los que se incluían dos sobre arte infantil, fueron reunidos en un libro póstumo, en 1847, titulado Réflexions et menus propos d’un peintre genevois, obra que tuvo una amplia difusión por toda Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. En ella, este artista anticipa ya ideas que no se encontrarán hasta el siguiente siglo, como la admiración por el arte primitivo, al que compara en su misma intención vital con el de los niños; ambos no buscan en sus obras la representación de una belleza concebida como tal, sino que intentan plasmar en ellas una belleza elemental, que puede ser tosca, pero que es el resultado absoluto y exclusivo del poder del pensamiento.

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